martes, febrero 13, 2007

De supersticiones a mí que no me hablen, porque yo no soy supersticiosa, pero no abran un paraguas bajo techo, por favor. Y si se me bota la sal cojo un puñado y la tiro por encima del hombro izquierdo; si se me cruza un gato negro, seguro que no puedo dormir y jamás paso por debajo de una escalera. Eso por no decir que me erizo si un sillón se queda balanceando él solito y si me mira un pelirrojo. Nunca le he negado un antojo a una embarazada porque me salen orzuelosy una vez se me rompió un espejo y estuve siete años pensando que algo malo me iba a pasar. Siempre barro de adentro para afuera, me levanto con el pie izquierdo y en el apartamento 10 tuve una herradura con siete clavos colgada en la puerta durante años.¡Y hoy es martes 13! Menos mal que todavía le tengo respeto, porque por el camino que vamos, y en este proceso de transmutación anglosajona, debería tenerle horror al viernes 13, lo mismo que ahora se celebra Hallowen y no al Día de los Muertos y se adora a Papá Noel y no a los Reyes Magos de mi niñez. Globalización de las supersticiones. Menos mal que soy muy antigua y reivindico desde aquí mi derecho a tenerle pavor a este día, aunque sí, qué carajo: cásense, embárquense gente de todo el mundo mundial hoy o cuando les dé la gana. Y como la suerte es loca y a cualquiera le toca, me voy a comprar un numerito en la Lotería, que dicen que da suerte. ¿Y si sale?

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