Lo que quería decir antes de que me diera ese inoportuno ataquito de histeria contenida, es que tengo problemas con el TIEMPO. Y serios, la verdad: lo mismo con el tiempo meteorológico que con el tiempo perdido, con un pasa-tiempo, que con... la baba de caracol. Lo cuento: anoche quise ir a un concierto que vi diseñar con mimo y con alegría, pero no pude. No había ni un taxi, ni nadie que me quisiera llevar a la ciudad de La Laguna porque el temporal era de lluvia y viento como nunca. Y yo me había puesto mis botas de cuero de tacón, mi boina parisina porque estoy sin teñir y un abrigo chic. Pero nada, un taxista me bajó del taxi directamente. Las cosas no están a tiempo, pierdes el tiempo, te quedas sin tiempo, tiempo perdido, jodido temporal. Puedes llegar demasiado temprano o demasiado tarde, o puedes no llegar. Parece que el tiempo lo da todo y todo lo quita. Puede que no haya nada más personal ni más íntimo que tu tiempo. El tiempo es la forma humana de ser, aunque San Agustín diga lo que diga. O dijera lo que dijera, haya dicho lo que haya dicho. Tiempos verbales. "Todo lo arrastra y pierde este incansable /hilo sutil de arena numerosa. /No he de salvarme yo, fortuita cosa/ de tiempo que es materia deleznable", dice Borges. El tiempo es de cada uno de nosotros y cada uno vivimos una carrera contra el tiempo de manera urgente o tranquilos: al final alrededor del tiempo están el futuro y la memoria, tiempo en que se tejen las historias, la plenitud de un instante (ufff qué horror de frase) o lo que hemos sido. Y la baba de caracol, anunciada en televisión: rejuvenece y fortalece la piel porque al ser un extracto concentrado de alantroína, colágeno, eslastina, ácido glicólico y tal... la cosmética contemporánea te invita a olvidarte del tiempo. Ni una mieerda! Mejor el ron añejo y el tequila reposado. ¿O no?
sábado, enero 27, 2007
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