sábado, septiembre 09, 2006

Uyyy ¡Qué idílico!Los viejecitos paseando tranquilamente por la Rambla, los árboles en flor, el poco tráfico, los niños jugando... pues sí señor esta es mi calle. Sólo que son más de las 5 y media de la mañana y la imagen no tiene nada que ver con lo que en realidad está pasando en esta ciudad. Lo siento mucho por mis amigos de Tenerife, pero comprenderán que a esta hora, sin que pueda pegar un ojo en contra de mi voluntad (siempre me acuesto a la hora que me sale de las narices) tenga una mala leche y una roña que no aguanto más. No solamente porque aquí no hay quien coño pueda descansar, lógico en cualquier centro de ciudad que se respete, sino porque ya esto se pasa de todos los límites imaginarios. ¡Si a mí me da igual que la gente salga de juerga, se cojan una buena trompa, se diviertan, tiemplen o lo que quieran! Si es que no es eso. Lo que no consigo entender es la absoluta falta de sentido común (por ser fina y no decir más burradas) para día tras día armar unas griterías de gente barriobajera, orillera ...chusma, vaya, pa' que me entiendan, gente que no hacen otra cosa que sentarse a buscar bronca, mujeres que chillan, hombres que se insultan a gritos por cualquier cosa (cualquier cosa se llama un gramo más o menos de coca, por ejemplo) y así mismo cogen las motos y salen pitando cuando viene una policía extenuada de tanto detener sin sentido a los dueños de los bares que, al final, no pueden controlar lo que pasa en la calle. En mi calle ya no vienen como antes periodistas después de cerrar una edición, ni putas finas ni nada de eso. Viene gente que rompe botellas y se agrede y yo encerrada aquí hasta que mejor pueda. Bien, pues como este es mi Blog, mi Cuaderno de Bitácora o lo que me dé la gana, cuento que esta noche estuve tan harta de tirar jarros de agua, huevos y lo que sea, que -con una temeridad indigna de mis 40 kilos no anoréxicos- bajé y armé un escándalo. Diez hombres se quedaron helados. No sé si fueron mis pasas rubiancas o este vozarrón de travesti que mis Cohíbas me han dado, pero por una vez, sin policía mediante, también salieron corriendo. Entonces me he podido relajar un poquito, no aporrear el teclado y contar mis penas. Esta es una ciudad hipócrita, que a día de hoy está patas arriba y a la que le estoy perdiendo el poquísimo afecto que le tenía. Es la verdad. Pero tengo sangre de Piti y no de vengador solitario: allá abajo siguen dando voces otra vez. Preparo un cubo de agua y una docena de huevos, y a ver qué pasa.

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