jueves, agosto 17, 2006

Hoy es la primera vez que escribo dos de estos chismes en un mismo día (en una misma noche) Pero como la noticia ha pasado sin demasiadas penas ni demasiadas glorias, lo digo: se murió Alfredo Stroessner, el Gran Dictador, el de Paraguay, con 93 años, es decir que ya estaba bien ¿no? Y se murió en Brasilia, después de joder a su país durante 34 años y no responder a la justicia que pidieron sus compatriotas . Tantos años no son pocos, y no vienen a cuento ninguna de las comparaciones posibles que usted se esté imaginando. La agonía y la muerte del ex-dictador de manual fue recibida con indiferencia por la sociedad y el Gobierno de su país. Sólo su nieto estuvo allí y no habrá funeral con honores de Estado, aunque parece que sus restos se llevarán a Asunción. Pero mira tú, que los familiares de las víctimas de los 360 mil que él mató no se alegran de su muerte. No están felices. Augusto Roa Bastos, el genial paraguayo que nos dejó el año pasado, fue llorado por medio mundo. Autor de Yo, el Supremo había dicho: "Quiero que en las palabras que escribes haya algo que me pertenezca. No te estoy dictando un cuenticulario de nimiedades. Historias de entretén-y-miento. No estoy dictándote uno de esos novelones en que el escritor presume el carácter sagrado de la literatura. Falsos sacerdotes de la letra escrita hacen de sus obras ceremonias letradas. En ellas, los personajes fantasean con la realidad o fantasean con el lenguaje. Aparentemente celebran el oficio revestidos de suprema autoridad, mas turbándose ante las figuras salidas de sus manos que creen crear. De donde el oficio se torna vicio. Quien pretende relatar su vida se pierde en lo inmediato. Únicamente se puede hablar de otro. El Yo sólo se manifiesta a través del Él. Yo no me hablo a mí. Me escucho a través de Él... Con los mismos órganos los hombres hablan y los animales no hablan." NO hablan, los animales como usted, señor Stroessner no están felices ni con su propia y desgraciada muerte. Roa Bastos no estaba ni un punto equivocado: los que se creen el Yo, los que se creen el Supremo acaban así: ni su país los quiere... ni nadie. Váyase al carajo. Y descanse en guerra, Alfredo Stroessner.

No hay comentarios: