sábado, agosto 19, 2006

Hoy es 19 de agosto. Mi abuela Tati cumpliría 90 años, no lo sé muy bien. Mi abuela Tati es la que está frente a mi madre viuda, que sujeta a Deby mientras yo, gorda entonces y nunca más, registro alguna cosa con esa fea raya al lado, culpa suya, supongo. Decía mi otra abuela, Panchita, que el día que vio a Tati por primera vez, le entraron unos celos enormes: que era la mujer más bella que había visto jamás. Y mi abuela Panchita jamás mentía. Elba Luisa Ramírez nació en Jiguaní. Fue hija natural de Juana Ramírez, una descendiente de indígenas cubanos, y un señor de ojos azules -intuyo que dueño de aquellas tierras- que jamás la reconoció. De todas maneras, sus hijas legales (al menos las que se quedaron en Cuba) Déborah y María Luisa Cabrera, siempre la quisieron como la buena hermana que era, hasta el fin de todas sus vidas. Mi abuela Tati era un ser endiabladamente especial: amó a mi abuelo Beni durante 64 años y no se cansó nunca, ni siquiera en aquellos últimos 9 años de alzheimer terrible. Ahora que ya me voy poniendo un poco mayorcita, registro y registro en mi cabeza a ver si he conocido alguna vez a una mujer tan amable y tan servicial. Y no la encuentro. Era servicial hasta el enfado de mi madre: no había cartero que se le resistiera cuando traía sudado el periódico o las cartas esperadas de su hijo en Miami... mi abuela le sonaba un vaso de leche y un trozo de cualquier cosa, una limonada con mucho hielo o un café. Recuerdo una época que frente a mi casa había una posta de seguridad militar (no por nosotras especialmente) y allá iba mi abuela a ver a sus muchachos, con el vaso de agua o el té helado, el pedacito de panetela o el café. Nunca nadie se lo pidió, y ella no le pidió nunca nada a nadie. Hubo una vez que recordé a mi abuela Tati, con la que vivimos toda la vida, diciendo que recordaba sus tetas enormes mientras me cantaba una canción que muchos años después me recordaría Gema Corredera. Entonces sólo sabía que hablaba de fantasmas... "el fantasma terrible, de lo mucho que sufro, de lo mucho que sufro, alejado de tí." Matamoros sin fronteras. Siempre ha dicho mi mamá que si mi abuela Tati hubiera estudiado, sería una gran escritora. Una especie de Daniel Steell, más o menos, porque era sufridora y melodramática como pocas. A lo mejor me viene de ella esta manía. Mi abuela lloraba frente a una radio con cualquier novela y leía, leía, leía. Nunca la vi andar con dinero, siempre en la cocina, comiendo mientras guisaba sus delicias y de pie frente a la mesa del comedor de mi casa, con los brazos en la cintura diciendo: "no se levantan de ahí hasta que no se coman el último tostoncito". Me acuerdo que comía yuca con leche "porque sabe a beso" y que mientras mi otra abuela nos mandaba antibióticos, ella nos santiguaba con albahaca. Mi abuela Tati olía a albahaca, a romero, a colonia. A las 5 de la tarde se bañaba, se ponía sus aretes y sus blusas blancas de encaje recién plachadas y se sentaba en el portal de mi casa a balancearse mirando el jardín enorme y colorido que la rodea. Cada rosa, cada helecho, cada lirio del jardín de mi casa le pertenecía a mis abuelos. Una tarde, después de regarlas con agua y cariño, se sentó en la escalinata que da al portal... y se quedó dormida. Sin sufrir. Fue amable hasta en la muerte. ¡Feliz cumple-eternidad, Tati!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Puchy:
Yo conocí a Tati. Es verdad que era así. No exageras en tu amor de nieta. No supe cómo murió y he llorado con este escrito...
tu amiga, Gri