lunes, noviembre 20, 2006
De lo que se trata es de abrir la boca, lápiz en mano, y contar lo que pasa en las vísceras, en el hígado que tritura las rocas del pánico, en los riñones que alambican los rencores más densos, en el colon que echa afuera la mierda de los prejuicios, en los pulmones que purifican los alaridos de la multitud. (Lichi Diego. Dos cubalibres) Y muchísimo más.
De eso se trata. Pues lo voy a hacer, poquito a poco. No digo que órgano a órgano, ni tripa a tripa, por si quello... Había una vez... una niña flaquísima que entendía poco de su vida pero estaba su hermana al lado cogidita de la mano.. La niña soy yo, claro. Decían que éramos “privilegiadas”, aunque nunca lo entendimos, porque no teníamos papá sino abuelo (que tener a mi abuelo era un privilegio, eso es verdad) En “Gustavo y Joaquín Ferrer”, esa escuela de la calle 26 que me encantaba, yo era la "jefa de la escuela" y teníamos una maestra gorda, la mamá de mi amiga Clarita , que se enamoraba de los mismos novios que yo me atribuía, y un comedor horrible en el garaje de lo que había sido una gran mansión. Ese fue mi colegio. Y daban revoltillo y sardinas. Puafff. Pero era lindo.Un día, con esa manía chismosa que dura hasta hoy, la niña flaca, sabihonda y chismosa cogió la extensión del teléfono de la habitación de mi mamá, un cuarto desmesurado y bellísimo y oyó: “Su hija ha salido Vanguardia Nacional. El pasaje para Bulgaria lo tiene tal día. La niña se va un mes a Varna con cuatro niños más y un guía de pioneros". Muérete. Mi madre hablaba bajito con los abuelos y me acuerdo que mi hermana me decía ¿Qué te vas a dónde, mana? ¿Y yo no puedo ir contigo? Mana ¿no puedo ir contigo? Pues no. Yo tendría 9 años y Deby 8, más o menos, así que me fui. Eran los días en que se inauguraba la fábrica de zapatos plásticos que estaba como por ¿el Cerro? No sé, por la Plaza de la Revolución y a los profesores universitarios (mi madre lo era) les dieron los primeros zapatos plásticos para sus hijos. No sé lo que hizo mi hermana con los suyos, pero los míos, que eran transparentes y como rosaditos, viajaron a Bulgaria directamente, y los dejé en un taxi. Pero eso fue después. (Me llevaron a una televisión búlgara a "objetos perdidos" y el taxista los devolvió.) En Cuba me hicieron un uniforme de gala azul marino, una blusa blanca y me dieron unos mocasines tres tallas más grande, cuando lo que yo quería era ponerme mis zapatos plásticos y así vinieron las consecuencias. La niña flaca y chismosa se subió a un avión el 24 de julio de 1969 y fue a dar, sin anestesia, al Hotel Rott, uno de los hoteles emblemáticos de Praga (antes, todos los caminos llevaban a Praga) Yo tenía sólo 9 años y allí estaba, en un verano sofocante (la Primavera ya había desaparecido aplastada por los tanques del Pacto de Varsovia) y una señora escupió al saber que éramos niños cubanos. En aquel entonces, no entendimos por qué. Hoy sí que sé. De Praga a Sofía, con el puñetero olor a rosas, y de ahí a Kránebu, una playa que ni sale en Internet. De mis compañeros de esa aventura comunista infantil en Europa del Este, sólo recuerdo bien a dos: a Olga Villaescusa, porque estudiamos juntas en el pre y fuimos buenas amigas durante años, coincidimos a veces en la Universidad y supe de su marido y de sus niñas y a Ovidio Goberna , porque su abuela era la peluquera de la mía y se querían. Un día me lo encontré en el aeropuerto de La Habana: nos reconocimos enseguida y me contó que era piloto de Aero Caribbean. Tampoco sé nada de su vida. José Antonio y la otra niña, Margarita, no eran de Ciudad de La Habana, así que desde que regresamos, nada supe de ellos hasta hoy. (Ojalá esto sirva para reencontrarnos). Una vez le propuse a alguien hacer un documental para mirar nuestras vidas ya adultas, pero no funcionó porque no sé dónde coño están. Lo que pasó allí, en el Mar Negro de la Playa de Kránebu.... (CONTINUARÁ...)
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