domingo, febrero 04, 2007

Se llama "accidente doméstico". Por él mueren no sé cuántas miles de personas, justo en el lugar donde se sienten más seguras y creen que lo tienen todo controlado. Las de mayor riesgo son los niños y los ancianos, así que debo ser anciana, porque acabo de tener uno de esos accidentes. Y mira por dónde, sólo andaba cacharreando por aquí para hacerle un lindo homenaje a Efraín Huerta, cuando me puse la comida a calentar en el microondas fabuloso que me regaló mi amiga Marianexys. Y mi casa entera se llenó de humo. No sé qué hice mal, pero sospecho que fue mi despite al ponerle encima de los ventiladores la cesta del pan y esas cosas. No sé, la verdad. El caso es que todavía estoy asustada. Ya pasó, pero todo huele a humo y mis pelos y mi ropa son un asco. Voy a cerrar esto, pero antes quería seguir con mi empeño de recordar a Efraín Huerta, porque hoy hace 25 años que no está, y tengo sobre mi mesa la edición de Casa de Las Américas de su Poesía, que editó en 1975 Emilio Jorge Rodríguez (¿alguien sabe algo de Emilio Jorge?) Es extraño, pero ese libro verde y cuadrado ha ido conmigo de un lado a otro, está aqueroso y deteriorado pero lo he conservado durante años, porque más allá de detractores elegantes o zafios, para mí es un gran poeta que me decía las palabras justas en los momentos justos cuando fui una loca enamorada o una sincera militante. Yo supongo que para eso existe la poesía. Escribo bajo el ala del ángel más perverso. Nunca el poema fue tan serio como hoy, y nunca el verso tuvo la estatura de bronce de lo que se nos oculta. Ya te haré un homenaje como te mereces, Maestro, pero no con "ese mal, esa peligrosa bondad, ese crimen ese profundo espíritu que todo lo sabe y que ha adivinado que estoy de amor hasta los hombros, hasta el alma y hasta los mustios labios".Y encima, con la casa llena de humo. Te lo debo, Maestro.

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