jueves, septiembre 21, 2006
Todo el mundo sabe que la infancia es un territorio distinto, el territorio de las aventuras y de la tranquilidad. Todo el mundo sabe que de esa época en que estás protegida y amada, dependen muchas cosas del resto de tu vida, porque se quedan encajadas no sé dónde, pero para siempre. Nosotras tuvimos una infancia muy feliz. Deby y yo: los abuelos, las abuelas... Y hay un pedacito de mi niñez que huele a Hungría. Yo tenía siete años, así que mi hermanita acababa de cumplir los seis, supongo, y aquel fue nuestro primer viaje, nuestro primer avión, nuestra primera otra ciudad. Llegamos a Budapest y me perdí. Nunca sabré si mi abuelo Beny superó aquel susto. Creo que me quedé mirando cosas mientras pasaban los trolebus y en cinco minutos me encontraron, con aquella carita de comemierda que no entendía nada de aquel país. De todas formas, aprendimos a decir cosas en húngaro: késenom zipem, ionapot kivano. Creo que es algo así como muchas gracias y buenos días. No me acuerdo. Sé que en Budapest vimos por primera vez a gitanos de verdad, desde las ventanas de dobles cristales que daban a un mercado y por primera vez nos tapamos con un edredón: total yo le conté a las niñas de mi escuela que eran unos colchones que eran blanditos. Mi abuelo, Deby y yo nos fuimos a ese mercado al aire libre y compramos un montón de uvas: no eran uvas sino cebollitas en vinagre. Nunca entendimos nada. Por eso Budapest me trae a la memoria una ternura que no sé explicar. Incluso ahora, sé a lo que huele Hungría...¿a apio? Lo de la paprika es sabido. Muchos años después, Deby y yo volvimos, como con 20 años o algo así, y la casa de los dobles ventanales ya no existía. Ni el mercado donde estaban los gitanos. No sé qué habrán construido allí. Ya era una ciudad que intentaba zafarse de la cortina de hierro en la que nunca creyeron; una ciudad moderna, intranquila, diferente, pero con ese Danubio que la parte en dos y que conste, es azul. Por eso cualquier noticia que venga de Hungría me da cosita. Y ya saben: esta ha sido la tercera noche de tensión. El primer ministro admitió que había mentido en los datos de crecimiento económico para ganar las lecciones, porque lo pillaron contándolo en una conversación telefónica. Y la gente se echó a la calle. Ferenc Gyursany está como muerto de pánico, pero dice que va a controlar la situación a costa de lo que sea. ¡Ay Buda... ay Pest!, tan lindas, ciudad de mi niñez y mi adolescencia! Pero nada de eso importa, porque líos hay en todas partes de este mundo: lo que me aterra es que se han arrestado a 137 personas, la mayoría jóvenes y son...seguidores ultras de equipos de fútbol. Gran parte de los detenidos están vinculados a las secciones más radicales de los clubes. Me caigo muerta. ¡Y que viera esto la pobre Sissi emperatriz!
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