miércoles, septiembre 27, 2006

Para nadie que me conozca es un secreto la particular devoción que siento por Brasil (y mira que devoción es una palabreja que no me gusta nada). Pero ese país de dimensiones continentales, diferente, multicultural por historia y por derecho, me provoca las sensaciones más extrañas desde que, allá por el año 88 del siglo pasado, pisé por primera vez el aeropuerto de Sao Paulo. En Brasil me ha pasado de todo: he amado a mis amigos y a la tierra, he sabido lo que es una megaurbe de no sé cuántos millones de habitantes, me han echado las cartas del Tarot, he visto ríos enormes y playas descomunales, he gozado de la música, de la comida, de los olores a frutas en el barrio de Flamingo que adoro, he bebido cachaça, he intentado aprender a tocar un berimbao, a dar mis pasitos de capoeira; he aprendido un idioma dulcísimo y sonoro. He perdido aviones y dado con mis huesos en la selva amazónica; me han robado, me han aceptado como una más en todos y cada uno de los rincones en los que he querido estar. Brasil es enorme y abierto, un país complicado en el que cada día suceden tantas cosas que los periódicos sirven para que los mendigos duerman arropados en las calles o para hacer el amor "sobe os jornais" como en aquella canción de María Bethânia. Creo que, después de mi país, ése es el que adoro casi obsesivamente. Reino de España, perdóname. Yo tengo un amigo increíble, mi gato viejo de ojos azules, que se llama Augusto Sevá. Gracias a él, director de cine, productor y linda persona, tengo la suerte de no percibir Brasil con una mirada única, típica y tópica. Ni tangas, telenovelas y fútbol, aunque eso también. En ese año del siglo pasado, Augusto me llevó una mañana a que le acompañara a votar con mis huesos molidos, después de haber intentado dormir en un tatami de fibra de arroz en su casa de la calle Sergipe. Y aquello era una fiesta. Entonces Luis Inàcio (Lula) da Silva creo que no ganó nada, pero el PT (Partido dos Trabalhadores) era un proyecto político que iba tomando forma. Hoy es sabido, Lula es el presidente del país más rico de América Latina, quijote gordo y esforzado por que haya"Fome Zero" (cero hambre), por destruir las armas en piras enormes y esto, aunque le salpiquen escándalos de corrupción y mangoneo. Como en todas partes, eso segurísimo. El domingo 1 de octubre, Lula se juega el puesto de Presidente en las elecciones generales. Todo parece indicar que no habrá necesidad de una segunda vuelta, porque según las encuestas, la intención de voto lo colocan hoy con un 51 % por encima de Geraldo Alckim y José Serra. Un sondeo apunta a que Lula se mantiene inmune frente a los embates de la oposición porque ha logrado una reconocida estabilidad económica y una reducción considerable del índice de pobreza. No sé, me cae bien Lula (calamar en portugués), me gusta y no sé qué pensará de todo esto mi amigo Augusto, pero y qué... nunca estamos de acuerdo. En casi nada. Al final, los brasileños sabrán qué hacer con los caminos que han optado por seguir, con la esperanza de que recomenzar un sueño es siempre saludable.

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