sábado, agosto 26, 2006

El 23 de agosto de 1973, Jan Erik (Janne) Olsson, presidiario de permiso, entró en el Kreditbanken en el centro de Estocolmo. La policía fue alertada inmediatamente y al entrar dos oficiales, Olsson disparó, hiriendo a uno de ellos. Ordenó al segundo sentarse y "cantar". Cantaban "Killing me softly with his song" de Roberta Flack. Olsson tomó a cuatro rehenes y exigió que se llamase a su amigo Clark Olofsson, junto con 3 millones de coronas suecas, dos revólveres, chalecos antibalas, cascos y un vehículo. Olofsson estableció un enlace de comunicación con los negociadores de la policía. Una de los rehenes, Kristin Ehnemark había dicho que "se sentía segura con los atracadores pero temía que la policía pudiera causar problemas utilizando métodos violentos". Estuvieron juntos 6 días. Éste fue el comienzo de la definición del Síndrome de Estocolmo, un estado psicológico en el que la víctima de un secuestro desarrolla una relación afectiva y de complicidad con sus secuestradores. El témino lo acuñó el psicólogo criminalista Nils Bejerot y parece que ha funcionado desde entonces. Porque ahí tienes a la pobre Natascha Kampusch, la joven austriaca que permaneció secuestrada desde los 10 hasta los 18 años y que logró escapar de su captor hace un par de días. El secuestrador, un hombre de 41 años, Wolfgang Priklopil, solitario, tacaño y misógino, se tiró delante de un tren de cercanías del norte de Austria al ver que Natascha ya no estaba. Y ella no puede sobrevivir sin él, dice, sin su amo, su señor. Las pruebas de ADN ya han confirmado la identidad de la muchacha, y la policía austriaca ha tenido el detalle de dejarla descansar hasta el lunes para que haga su primera declaración. Me preocupa esto del Síndrome de Estocolmo. Ya está bien definido por la psicología contemporánea, pero me pregunto: ¿y cuando ese síndrome ataca a una buena parte de la sociedad? ¿Un síndrome de Estocolmo masivo? ¿Qué hacer, cómo paliar los efectos de las relaciones de dependencia entre retenidos y secuestradores? ¿Es que si un territorio se convierte en una cárcel acabarás amando por siempre a tu carcelero? No sé y ojalá así no sea, que no somos Estocolmo, ni Austria. Ya me entienden.¿ O no?

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Y quién dice que no estamos todos en un Síndrome de Estocolmo permanente? Ya dijo Foucault (¿o fue Gramsci?) que no puede haber dominación sin la complicidad de los dominados. Precisamente eso es el poder, un síndrome de Estocolmo colectivo.